La Argentina fue y es peronista, en todas sus variantes, desde el conservadurismo popular del «primer» Perón, pasando por el neoliberalismo menemista de los noventa, hasta el pseudo progresismo kirschnerista. La Argentina fue liberal y conservadora a principios del siglo XX, pero nunca libertaria.
Y entonces, Perón dijo: «Cuando los pueblos agotan su paciencia, suelen hacer tronar el
escarmiento…»
El fracaso peronista en las PASO 2023 (las elecciones primarias), no es una sorpresa si consideramos su decadencia electoral que ha sido una constante en la última década
Tampoco es sorpresa si la frase proclamada por el viejo general en 1974, se hace realidad cuando se observa el cansancio de una sociedad hastiada de una clase política que nunca pudo dar respuestas concretas a las exigencias de la gente que ve pasar su tiempo sin pena ni gloria.
El tradicional slogan peronista «primero la patria, después el movimiento y después el hombre», quedó como un viejo apotegma transformado en un relato vacío. Tal vez, porque desde los comienzos del peronismo en 1945, hubo un modelo de país, sostenido en un movimiento y al servicio futuro de las necesidades de los hombres.
Pasaron los años y la Argentina vivió entre tribulaciones y lamentos con un modelo que nunca evolucionó, y menos aún, jamás se perfeccionó.
Como planteaba el científico y pensador Mario Bunge en su libro «Provocaciones», el peronismo fue el último modelo de país de los argentinos, con buenas ideas mal implementadas y con malas ideas bien
realizadas por oportunistas del relato, especialmente en el peronismo siglo XXI, pintado de kirchnerismo.
A partir de ese modelo peronista siglo XXI que retoma las banderas setentistas (algo que Perón jamás hubiese pensado), la Argentina copió la fantasía regional de falso progreso socialsta a partir de impulsar la retórica de un pseudo progresismo, inútil, academicista e intelectualoide, que jamás le encontró la vuelta al tema de la pobreza, de la inseguridad, de la falta de educación y salud, del desarrollo tecnológico y crecimiento económico sostenible.
En definitiva, la falta de bienestar general que implica un logro fáctico, y no simplemente simbólico.
Durante sus casi 80 años de vigencia, el peronismo tuvo intervalos en el poder. Y más allá del dramático, decadente y sangriento período de la dictadura militar entre 1976 y 1983, la vuelta a la democracia le dio espacio a otros gobiernos «opositores», pero que tal vez alentados por una voluntad populista nunca propusieron un modelo alternativo. Y cuando parecía el final, el peronismo siempre reaparecía. Con la misma esencia y el mismo método.
Pero hay momentos en la vida de una sociedad en que todo tiene un límite. Un país que se enorgullecía de su clase media ilustrada, del desarrollo intelectual y científico, de la salud pública, la educación y la seguridad, se fue volviendo progresivamente más pobre. Claro que hubo y hay variables exógenas no controlables, pero también hay que reconocer la desidia, la ineficiencia y la corrupción en un Estado que en sí no es el culpable, sino aquellos que lo gestionan. Como en la política, los culpables son los políticos.
Retomando el tema de las elecciones primarias del 13 de agosto, la sorpresa fue el cachetazo que el electorado le dio a la política tradicional. Ni el desdibujado peronismo kirchnerista representado por un ministro de economía (casi un presidente en ausencia presente de Alberto Fernández) que navega en el 120 por ciento de inflación y 45 por ciento de pobres, ni la oposición de centro derecha (Juntos por el Cambio) que se creía tan ganadora que hasta se sumergieron en una competencia despiadada en la que perdieron todos, imaginaron el escenario donde emerge la figura del anarco-liberal Javier Milei.
¿Podrá Milei conservar su posición en las elecciones «verdaderas» de octubre? Una incógnita, ya que cuando se juega por los puntos, el voto rabia se cambia por un voto más pensado y es allí dónde aparece la moderación. Una sociedad dónde es natural el rol del Estado como eje del desarrollo social en términos de educación, salud y seguridad, y que culturalmente duda de las novedades extralimitadas como que el mercado todo lo puede, o que el Banco Central debe destruirse, no va a arrojarse al vacío.
Es muy posible que octubre marque el ocaso peronista, o simplemente otro intervalo hasta que a alguien se le ocurra evolucionar con el modelo de país.
Un modelo que, más allá de gritos y rugidos, de exabruptos y promesas, debe tener la consistencia para determinar cómo alcanzar el progreso, cómo asegurar la gobernabilidad, cómo afianzar las instituciones y cómo promover el bienestar general.
La Argentina fue y es peronista, en todas sus variantes posibles que van desde el conservadurismo popular del «primer» Perón, pasando por el neoliberalismo menemista de los noventa, hasta el pseudo progresismo kirschnerista. La Argentina fue liberal y conservadora a principios del siglo XX, pero nunca libertaria. Tal vez porque los extremos nunca fueron bien recibidos.
En octubre veremos si hay destino.
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