Estimados lectores, esta es una columna de opinión acerca de los dos años de presidencia de Gabriel Boric.
Muchos estarán esperando que haga una crítica despiadada y feroz. Otros una defensa acérrima de la juventud y potencial del presidente. Ni una cosa, ni la otra. Sólo espero que al leerla saquen sus propias conclusiones.
No es fácil ser presidente de un país. Se pudo haber hecho carrera política, haber sido diputado, senador, haber mostrado experiencia señalando con el dedo lo que era incorrecto, dar clases de democracia desde una tribuna, haber sido ministro, creerse superior desde liderar manifestaciones estudiantiles, ser un opinólogo político mediáticamente exitoso, o ser un empresario o banquero exitoso.
Todo eso no alcanza cuándo se llega a la oficina del poder y el escritorio está plagado de papeles que plantean conflictos que parecían resueltos y que son, inevitablemente, nuevos. Sea quien sea, desde Trump, Merkel, Macron, Lula o Lacalle Pou, o quien fuera, la experiencia queda de lado frente a la obligación de sentarse en un sillón y decidir.
Una de las virtudes de un presidente es la capacidad para poder reveer y generar un replanteo en sus actitudes. Un defecto de un presidente es la rigidez por obediencia ideológica para hacer los cambios necesarios y posibles en el momento adecuados.
Otra de las virtudes de un presidente está en practicar la autocrítica frente a quienes se suponen forman parte de su espacio ideológico o de su coalición de gobierno. Y otro de los defectos de un presidente también es tratar de convencer e intentar imponer obcecadamente a la sociedad las bondades y el significado de su signo ideológico.
Todos los presidentes tienen virtudes y defectos, y esto no es ajeno al recorrido de la presidencia de Gabriel Boric, una presidencia que comenzó a gestarse en el estallido social de octubre 2019, momento crucial para mostrar su presencia política como la contracorriente del gobierno del ex presidente fallecido Sebastián Piñera. Una presencia relevante e influyente que se vio reflejada a partir de la firma de un acuerdo de paz social que le permitió a Boric acceder a un espacio decisivo en la política chilena.
En ese período, y para afianzar su potencial, Boric eligió al ex presidente Piñera como el enemigo preferido en quien apalancarse para iniciar su camino de acceso al poder. Pero pasó el tiempo y ese enemigo maltratado por un lenguaje sin código, se transformó en un aliado que, en la ceremonia fúnebre, fue despedido por el mismo Borica con la sensibilidad de un amigo y con el reconocimiento hacia un estadista que hizo todo lo posible por el bienestar de los chilenos. Boric había aprendido la lección de cómo transformar enemigos íntimos en un soporte para sostener la viabilidad de su débil poder. Seguramente, alguien podría ver esto como un acto de hipocresía o como una mentira, y otros podrían considerarlo como parte de un aprendizaje de la política. Yo prefiero creer que fue aprendizaje.
Estos conceptos que parecen sueltos y desordenados, nos sirven para meternos en el propósito de esta columna que es analizar al Boric presidente desde una perspectiva dónde la ideología quede de lado. Difícil pero no imposible. Pero por un momento debemos aislarnos de lo que el personaje supone ser para algunos extremos, dónde claramente no es bien acogido decida lo que decida, piense lo que piense y haga lo que haga. Sabemos que a los extremos, nada los satisface…
En tal sentido y más allá de intereses y aversiones, Boric puede ser evaluado desde dos perspectivas: una interna y otra externa.
La perspectiva interna genera una crítica constante por insatisfacción en el modo de vivir de una sociedad economicista, en la falta de decisiones y de realización, en la incomprensión y hasta en el juzgamiento de que todo lo que provenga de Boric es contrario a lo que una parte de la sociedad (la más escuchada) plantea. Por otro lado, la perspectiva “externa”, relacionada con el posicionamiento de Boric en el mundo, es la que deja a un costado la presión política, económica y social interna, para darle paso a sus visiones del mundo.
En el ámbito interno, Boric tuvo que mantener un delicado equilibrio entre lo políticamente correcto, que en Chile se traduce en estabilidad económica, con las exigencias de su propia coalición que esperaban un acto de rebeldía y hasta de revancha.
El equilibrio lo logra con personajes clave que le dan certezas (Los ministros de Hacienda e Interior), que le dan aire para resolver con persuasión y a veces con distracción, las exigencias de sus socios mas extremos.
Sabemos que todo mandatario trata de defender a su equipo, y sostenerlo a pesar de errores políticamente infantiles. Pero tal vez por una lealtad basada en la complacencia, que lo expone en una postura desafiante frente a quienes exigían decisiones drásticas con los ineficientes, el presidente mostró su lado más débil en lo que debío ser una fortaleza en su gestión: eficiencia sin sospechas de corrupción.
En realidad, su gestión en el Estado, si bien no es evaluada como eficiente, planteó los desafíos sociales que tenía previstos en su campaña. Claro que quienes miran desde la vereda opuesta piden más desarrollo y crecimiento económico, pero esa no era la promesa inicial de Boric que intentaba un proceso de equidad social equilibrada con el desarrollo económico. Para quienes suponen que Chile vive un modelo comunista o socialista, quiero darles la noticia de que están equivocados.
A pesar de darse cuenta, le costó alinear a su equipo y le costó también evaluar los errores que, en definitiva, están más relacionados con la falta o lentitud en la toma de decisiones de temas urgentes. No podemos culpar a Boric por la inseguridad o por los problemas del “bolsillo” de la gente común. Esos temas vienen heredados, pero eso no significa que haya decisiones que busquen mejoras más allá de los discursos. Pero quedan dos años todavía para seguir dándose cuenta, y para resolver lo posible.
Pero, sin duda, la principal virtud del presidente es la de mostrar un estilo moderado de claridad política en las relaciones internacionales y tal vez sea ese el punto más alto de su gobierno. En ese aspecto, más que relevante para Chile, tuvo que soportar y sobreponerse a las críticas de quienes se suponían eran aliados ideológicos al tratar de dictaduras a los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. En la región es un presidente poco aceptado por partidos que adhieren a las izquierdas, que prefieren tomar como referencia a Lula o a Petro. Es más, el Partido Comunista de Uruguay, integrante de la coalición del Frente Amplio (La izquierda en ese país) lo comparó con el presidente Luis Lacalle Pou, reconocido por su postura liberal.
Más allá de las fronteras de la región, Boric goza de la buena relación con mandatarios como Emmanuel Macron o con el primer ministro de Canadá, situaciones que lo definen y lo muestran como un político cuasi socialdemócrata con potencial a futuro.
Defectos y virtudes. Todos lo tienen y lo tuvieron. En ese punto habría que preguntarse por los próximos dos años o por los próximos diez, ya que no sabemos si esta experiencia de Boric a sus 38 años, es el aprendizaje para un nuevo modelo de estadista (¿?) siglo XXI.
Es fácil decir que Boric está haciendo un “Máster Avanzado” en Conducción Política, pero eso que parece fácil de decir es difícil hacerlo. Lo que debiésemos aprender como sociedad, es la evaluación de la gestión sin prejuzgar al individuo, leer el mensaje más allá del mensajero y no crear una coraza impermeable que no deje espacio a una evaluación justa.
Boric, como todos, tiene defectos y virtudes. Su gestión tiene luces y sombras. Pero hay algo que es irrefutable: llegó a lo máximo que todo político quiere alcanzar.
Quedan dos años por delante y el Master acelerado empieza a evaluarse. Su capacidad de darse cuenta limitada por la ideología de la coalición ha mejorado al enfocarse en entender un mundo desde el pragmatismo, que es más relevante que los sesgos ideológicos extremos.
Queda por conocer cuál es la evaluación que hace el propio Boric de su experiencia en lo más alto de la política, un espacio dónde los acuerdos son siempre más determinantes que los caprichos del poder, aunque conocemos las limitaciones del poder.
Si Boric es la representación de un cambio, debe darse cuenta en estos dos años que quedan, el secreto del cambio es focalizarse en él, pero no luchando contra los viejos, sino neutralizando sus fantasmas y construyendo lo nuevo.
Tiene con qué. ¿Lo tiene? De él depende. De Gabriel.
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