Su propuesta es menos novedosa que su relato, el que cobra fuerza por la manera en que es vociferado, casi al borde de la alienación.
El fenómeno electoral en La Argentina, que siempre depara sorpresas tras sorpresas, no hay que analizarlo desde la perspectiva de la izquierda o la derecha, desde el capitalismo y el socialismo, o desde las posiciones más «ultras» que finalmente terminan representando al mismísimo fascismo.
Hasta hace unos días, el fenómeno Milei parecía arrasar ante el supuesto fracaso sistemático y predecible de la política tradicional argentina que, en lugar de guiar la evolución y la convivencia social, se quedó dormida en un largo letargo debatiendo y combatiendo estúpidamente entre sí, en nombre del peronismo y el antiperonismo.
Más tarde o más temprano, la decadencia de la clase política le iba a dejar espacio a cualquier «outsider» oportunista que lea las carencias de una sociedad crispada y rabiosa, que busca una salida aparentemente desesperada y que se plantea a los gritos castigar a los que atrasaron los relojes. Pero solo parece una postura que se desvanece en el cuarto oscuro.
Hace décadas que la clase política argentina, nunca se detuvo a analizar y darse cuenta de la evolución social, nunca fue capaz de decidir un rumbo y un proyecto de país, nunca pudo alinearse detrás de un modelo transformador y, para rematar, jamás aprendió de sus errores.
Claro, cuando una clase política juega su rol desde el ego; la soberbia; el permiso indefinido para practicar y promover la corrupción; y entender que sólo sirve acceder al poder sin otro propósito que detentar el poder mismo, está condenada a desaparecer. Y con pocas posibilidades de renacer…Pero tal vez en otro país.
En máxima presión, la sociedad argentina gira sobre si misma y frente a una elección decisiva, vuelve sobre sus pasos y le da una nueva oportunidad. Les pone antióxido a los políticos oxidados.
Algunos, superficialmente, plantearán que el fracaso argentino es consecuencia de la economía, de la falta de planes, de la excesiva participación del Estado, de la ineficiencia en el manejo de la «cosa pública», de vivir un déficit infinito.
Todos sabemos que esos temas se resuelven desde teorías, métodos, herramientas que todos conocen. La Argentina tiene decenas de miles de economistas y técnicos con miles de planes alternativos para solucionarlos. Ese no es el punto. No es el plan, es la acción.
En tal sentido, el fracaso de la clase política que lleva a una decadencia progresiva de una sociedad a la deriva, no se debe a la falta de conocimientos ni de tecnicismos. Tiene que ver con la experiencia y con pensar desde una verdad revelada, lo que determina el modo y las costumbres con las que se hace política.
El problema argentino es bio-cultural, y frente a eso, toda propuesta mitológica y religiosa parece ser la esperanza de un futuro que no llega.
Tiene que ver con las motivaciones que surgen de emociones que guían a la racionalidad. Dónde las buenas ideas son mal implementadas y las malas ideas se ejecutan eficientemente.
En este escenario propio del tango «Cambalache», en el que su autor tuvo la visión de plantear que ese desastre del siglo XX se proyectaría «en el 2000 también», aparece la figura «anárquica» de Javier Milei.
Su propuesta es menos novedosa que su relato, el que cobra fuerza por la manera en que es vociferado, casi al borde de la alienación.
Ideas que impactan en lo social, especialmente en la educación; en la salud y en la seguridad, y que son de dudosa reputación y de dudosa implementación.
Una estructura sin estructura lo acompaña para intentar darle sensación de gobernabilidad, la que solo será posible a partir de alianzas con quienes él mismo plantea como responsables del infierno, es decir «la casta» que no sólo está conformada por políticos desgastados, sino también por sindicalistas, empresarios, intelectuales.
Será entonces, una nueva incógnita.
Un signo de pregunta que nuevamente se pondrá frente a esa «bestia» electoral que es el peronismo, ya sea el de Cristina, el de Massa, el de Kirschner, el de Menem o el de Perón, que supongo hoy debería estar bastante confundido…
La Argentina requiere de una revolución, en la que debe surgir lo bueno y olvidado de una sociedad que supo ser de avanzada en lo social, en la ciencia, en el arte y en el bienestar. Pero eso no se logra con rabia, ni con religión ni ceguera. sino con claridad y talento.
En definitiva, Milei termina siendo un posible éxito a partir del supuesto fracaso, en una sociedad que se aferra al pasado, que vive un presente continuo en una montaña rusa, y que tal vez perdió la ilusión.
Tendrá que haber otro mañana.
La bestia pop se enfrenta a un rebelde (¿con causa?). Otro capítulo de una novela interminable que lleva casi un siglo, y sigue inconclusa.
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