15 de Enero de 2024
Latinoamérica es débil.
Pobreza, narcotráfico, delincuencia, falta de educación, sistemas de salud ineficientes, desigualdad e inequidad, retraso, volatilidad política, confusión en el alineamiento internacional, grieta social.
Una verdadera mezcla explosiva que requiere institucionalidad a nivel de Estado, pero por sobre todo exige retomar la institucionalidad en la política. Esto es, fortalecer la política más allá de las modas transitorias y relatos fantásticos que generan un acceso al poder tan fácil como ficticio.
No es ninguna novedad que la debilidad de los gobiernos deja espacios vacíos en la cima del poder. Tal vez por una práctica dónde los outsiders de la política que confunde el acto de gobernar con el intento de convencer a la ciudadanía frustrada arremetiendo con un discurso supuestamente independiente y transformador, que desprecia la base política de los partidos tradicionales, sin darse cuenta que ese discurso destructivo genera fragmentación y potencial anarquía debilitando la posibilidad de concebir coaliciones sólidas. Porque la solidez de una coalición no sirve sólo como trampolín electoral, sino que
se demuestra en acordar una visión compartida de país.
Claro que hay excepciones en aquellos países de tradición política y militancia efectiva (Como puede ser Uruguay), pero la generalidad de la región muestra falta de gobernabilidad por fragilidad en sus estructuras partidarias.
Lo acontecido en Ecuador, con el intento de un “narco-golpe” es sinónimo del desgobierno que sufre quién gobierna. Un outsider desprotegido.
Y en tanto la política se divida no en ideas, algo que es natural, sino entre quienes adoptan a la política como medio de convivencia frente a quienes la detestan y trabajan sólo para llegar al poder y después no saber qué hacer con él, dejaremos a loa países indefensos frente a quienes hacen de la delincuencia un factor de terror pero también de apropiación.
Sabemos que el narcotráfico vive interconectado en la región, inclusive está involucrado en los gobiernos y hasta forma parte de un grupo de presión para quienes quieran gobernar, dando permisos además de aportes a cambio de facilidades de acción.
A tal punto se ha facilitado el camino a las bandas narco, que ya parece que no alcanza con el simple hecho de tener zonas liberadas para su comercio, sino que se animan a cuestionar y a disputar el poder político que cada vez se percibe más debilitado.
Pero no sólo el espacio vacío del poder da una oportunidad a la delincuencia armada, sino también a la corrupción creciente.
Cuando la política debe asegurar el cumplimiento de la institucionalidad, algunos la confunden con lobby, tal vez tergiversando el concepto de acuerdos. El lobby no es acuerdo, es una intención de lograr un beneficio personal en lugar del bienestar general, para lo que si sirve la política si estuviese representada con la solidez de partidos establecidos.
Volver a reflotar la política desde la tradición partidaria, es la única posibilidad de formar futuros estadistas que se transformen en líderes. Líderes que no dejen espacios vacíos que hasta ponen en riesgo la democracia. ¿Democracia?
La buena política, salva a la política. Y sin política, el arte de gobernar se vuelve volátil, improvisado y sin rumbo.
Para eso los partidos políticos deben evolucionar, volver a ser atractivos y confiables, y de ese modo consolidar la institucionalidad, que es lo esencial para sostener la gobernabilidad.
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